viernes, 11 de abril de 2008

Segunda Práctica

SEGUNDO ANÁLISIS DE DOCUMENTOS

Lea detenidamente estos textos y fechas y destaque los elementos de coherencia que existen.

Estancia y muerte de Pedro en Roma (año 64)

El libro de los Hch 12,17: frase enigmática: *Salió y se marchó a otro lugar+ (después de la prisión por Herodes y liberación y conversión del carcelero)
La tradición de la estancia en Roma es muy fuerte pero no hay datos de los motivos de su ida, del itinerario, de la fecha, etc.
Es seguro que estuvo en el Concilio de Jerusalém (c. 50) y que estuvo un tiempo en Antioquía (Gal 2,11-14).
Testimonios de la estancia en Roma
Carta de Clemente Romano a los Corintios, cap. V, 1-4: Pedro, que por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos y después de dar así su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido. Agrega que con él murieron una gran muchedumbre *de elegidos+.
El contexto es la persecución de Nerón, por lo tanto, 64. Clemente se muestra familiar y testigo de los hechos. Clemente es el tercer sucesor de Pedro, del 92-101 y la carta de esa fecha
Carta de Ignacio de Antioquía a los Romanos (unos 20 años más tarde). Les pide que no le priven del martirio (Trigo soy...) Luego dice: Yo no os mando como Pedro y Pablo, cosa que supone una relación personal de Pedro con los Romanos.
La Ascensión de Isaías redactada en torno al 100. Es una Apocalipsis que habla de que uno de los apóstoles va a ir a Roma a morir mártir. Por lo tanto en esa fecha se conocía la muerte de Pedro.
El Apocalipsis de Pedro del siglo II se hace eco de la Ascensión y dice: Mira, Pedro, a ti te lo he revelado y expuesto todo, Marcha, pues, a la ciudad de la prostitución y bebe el cáliz que yo te he anunciado.
El autor de la última parte del evangelio de Juan alude a su martirio (Jn. 21,18)
La tradición posterior al siglo II se mantiene incólume: Ireneo; Tertuliano etc.
El sepulcro de Pedro
Históricamente: El lugar de la ejecución de Pedro fue la Colina Vaticana (circo de Nerón). Lo confirma el Pbro. Romano Gayo (bajo el papa Ceferino (199-217). Se tenía por costumbre en ambientes heréticos aducir la presencia de sepulcros apostólicos para reafirmar las doctrinas de tal o cual lugar. Gayo le escribe a Proclo (montanista que se sostenía en el presunto sepulcro de Felipe en Hierápolis) “Pero yo puedo mostrarte los trofeos; porque, si quieres venir al Vaticano o a la Vía Ostiense, allí encontrarás los trofeos de los que fundaron esta iglesia”
En torno al 200 toda la comunidad Romana estaba convencida del sepulcro Romano de Pedro en el Vaticano
En torno al 260 había en la Vía Appia, debajo de la basílica de San Sebastián un lugar de culto a los dos príncipes de los apóstoles (excavaciones encontraron un graffiti pidiendo intercesión a los dos Apóstoles y signos de refrigeria (comidas cultuales para los muertos). Hay distintas hipótesis sobre si estuvieron temporariamente allí.
Entre 1940-1949 Se hacen excavaciones debajo de la Basílica Vaticana. Se descubre una gran necrópolis con una avenida sepulcral que sube hacia occidente. Hay un sepulcro enteramente cristiano entre otros. Los mausoleos son del 130-200. Hacia occidente son sin embargo más antiguos. La confesión de Pedro está delimitada por un Muro Rojo Oriental levantado en torno al 160. En la pared oriental del muro está empotrado un nicho doble con dos columnas (explicar cómo se construye la basílica, la colina etc.) Dentro del nicho inferior se encontraron restos de huesos de un hombre viejo.
Se encontró también el grafitti «Hic est Petrus» ¿...?

© Fernando Gil 2003
© Pontificia Universidad Católica Argentina, 2001

Los Padres Apostólicos (S. I y II)


San Pedro y San Pablo
64-68

San Juan
98


Papa Aniceto
155-166

San Ireneo
195

La Didache
96-98


Ignacio de Antioquía
107

Carta de Bernabé
130-140
¿96-98?
Pastor de Hermas
140-150
¿96?

Policarpo de Esmirna
156


Clemente de Roma
96

Papías de Hierápolis
c. 130



Emperadores Romanos (S. I y II)

Nerón
64-68
Domiciano
91-96
Trajano
112-117
Adriano
117-138
Antonino Pio
138-161

Misióm de San Pablo, Práctica

CAPITULO III: LA PRIMITIVA COMUNIDAD DE JERUSALÉN
1.- Las vicisitudes exteriores.
Las noticias más importantes sobre la primitiva comunidad cristiana las tenemos en los siete primeros capítulos de los Hechos, aunque con lagunas, ya que el fin del autor es mostrar cómo el Evangelio se convierte en un mensaje que, de los judíos, pasa a extenderse a los gentiles, con Pablo como primer protagonista de esta misión.

La resurrección reunió la primera comunidad de discípulos, unidos por la misma fe y confesión. Tras la resurrección, un grupo de 120 discípulos se reúne para recibir las últimas instrucciones. Tras la ascensión, bajo la dirección de Pedro, se elige un nuevo miembro del colegio apostólico: un testigo, digno de fe, de la vida del Señor: Matías. Tras Pentecostés, Pedro predica públicamente a Cristo, muerto y resucitado, como el Mesías: Unos 3.000 judíos adhieren a la fe en Cristo. Nuevos éxitos llegaron enseguida. Pronto eran ya unos 5.000 creyentes (Hch. 3, 1-4, 4).

El éxito inquieta a las autoridades judías: Pedro anuncia ante ellos el mensaje de Jesús. Aumenta siempre más el número de fieles. Los apóstoles organizan la atención a la comunidad. Instituyen los diáconos. Empiezan las tensiones entre helenistas y judeo cristianos de Palestina. La muerte de Esteban fue la señal de una persecución que se abatió sobre la comunidad de Jerusalén, golpeando sobre todo a los cristianos helenistas. Mientras que los apóstoles quedaron en Jerusalén, muchos cristianos huyeron, predicando el evangelio en Judea y Samaria: las muchas conversiones allí logradas, hicieron que Pedro y Juan visitaran a estos nuevos cristianos para imponerles las manos, predicando al mismo tiempo en Samaria.

Cesada la persecución, vino un corto tiempo de paz; la persecución comienza otra vez: Herodes Agripa hizo arrestar a Pedro y Santiago el Mayor: éste último fue decapitado (42 o 43). Pedro dejó Jerusalén. La guía de la comunidad de Jerusalén pasó a Santiago el Menor, que durante unos 20 años desarrolló allí una gran actividad; fue martirizado en el año 62. La catástrofe que supuso para Jerusalén la sublevación de los años 66-67, hizo que la comunidad cristiana emigrara a oriente del Jordán, estableciéndose en la ciudad de Pella.
2.- Constitución, fe y espiritualidad.
Secta de los nazarenos (é tón nazarión airésis) era llamado por los judíos el grupo de los seguidores de Jesús (Hch. 24,5), por haberse constituido como comunidad en Jerusalén, bajo el nombre de Jesús de Nazareth; comunidad (ekklesía) es el nombre que se dan a sí mismos los judeocristianos: la fe de este grupo les lleva a unirse en una organización de carácter religioso, resultando una comunidad.

Se trata de una sociedad organizada, en que no todos los miembros tienen la misma posición: hay diversas personas y diversos órdenes de personas, a los que en la vida de comunidad se les encargan deberes y funciones diversas, que son asignados por una autoridad superior.

En primer lugar se encuentra el Colegio Apostólico: la Iglesia primitiva siente como intocable el número de doce para estos hombres, por ello, tras la defección de Judas, siente el deber de completar el número, eligiendo a Matías, dejando a Dios tal elección. El deber del apóstol es dar testimonio de la vida, muerte y resurrección de Jesús; dirigir las celebraciones cultuales; administrar el bautismo; presidir la sagrada cena; imponer las manos para consagrar algunos miembros para deberes particulares.

Entre los miembros del Colegio, Pedro ocupa un puesto de guía: dirige la elección de Matías, es portavoz de los discípulos en Pentecostés, predica con ocasión de la curación del cojo, portavoz del Colegio ante los ancianos y escribas, ante el Sanedrín; es juez en el caso de Ananías y Safira, y en el de Simón Mago; sus visitas a los "santos" fuera de Jerusalén, revisten el carácter de visita canónica. Su decisión de bautizar al pagano Cornelio asume una importancia normativa para el futuro; Pablo va a Jerusalén para consultarlo, tras su conversión, ya que de él dependía la acogida de Pablo en la comunidad. Todos estos aspectos se comprenden a la luz del mandato del Señor (Mt., Lc. y Jn.) a Pedro de confortar a los hermanos y de apacentar la grey de Cristo.

Una segunda institución es la de los diáconos, siete hombres que colaboraban con los apóstoles, sirviendo las mesas de los pobres de la comunidad. El conferimiento de la carga sucede por la oración e imposición de manos de los apóstoles. Uno de ellos, Esteban, es protagonista de la controversia cristológica con los judíos; Felipe predica entre los samaritanos. En los Hechos, a estos siete no viene dado un nombre específico, aunque sí a su actividad: diakonéin (=servir) (6,2).

No tan claramente delimitada aparece la función de los ancianos (presbiterói) (11,30). En la primitiva iglesia de Jerusalén, estos ancianos aparecen continuamente en torno a los apóstoles o a Santiago como cabeza de esta iglesia. Participan en las decisiones del Concilio de los Apóstoles (15, 2 ss.) y son coadjutores de los apóstoles o del pastor de Jerusalén en la administración de la Iglesia primitiva.

Sólo una vez aparecen los profetas (profetái) (15,32) en lo que respecta a la iglesia de Jerusalén: son Judas (llamado Bársabas) y Silas, que son elegidos y mandados a Antioquía para que comuniquen a los cristianos las decisiones del concilio de los apóstoles.

Esto muestra que en la Iglesia primitiva, existe ya una distinción entre miembros de dos categorías: los órdenes de personas consagradas con un rito religioso con especiales funciones dentro de la comunidad, y la gran masa de fieles.

El evento que crea la unión de los discípulos de Jesús en una única comunidad, la resurrección, es el elemento base de la fe religiosa de la que vive la Iglesia primitiva y el centro de la predicación apostólica: debe ser recibido con fe por todos aquellos que quieran adherirse al Evangelio. Este hecho de la resurrección viene confirmado, corroborado y profundizado con la bajada del Espíritu Santo el día de Pentecostés: desde este momento, la predicación apostólica adquiere una dirección unívoca y extrema claridad; los apóstoles pondrán de relieve la decisiva novedad que les separa de la fe de los judíos: esa novedad es que el Resucitado es Jesús de Nazareth, resucitado por Dios.

Jesús es el Mesías, como lo muestra la resurrección. La fe en Jesús se muestra a través de varios títulos: el Cristo, que aparece como segundo nombre, junto a Jesús; el Kyrios (como a Dios), título con el que se dirigen a él en la oración, sobre todo con el Maranathá; es el Santo y Justo, Siervo de Dios, el Salvador (Sotér). El anuncio de la salvación se llamará evangelium (de evangelípseszai) cuyo objeto es el mismo Jesús.

La fe de la Iglesia primitiva en la salvación, que viene únicamente de Jesús, viene subrayada con exclusivismo. Esta salvación consiste en el perdón de los pecados y el alejamiento del hombre del pecado.

La joven Iglesia está convencida de que es el Espíritu Santo quien confiere aquella fuerza singular, íntima y sobrenatural, que anima a los fieles, a los apóstoles y a toda la Iglesia primitiva.

Otros dones que la Redención obrada por Jesús ha aportado a los fieles de la Iglesia primitiva son la vida (eterna) y la pertenencia al Reino de Dios: en la conciencia de la Iglesia primitiva, no son realidades aún completas, sino que se cumplirán en la parusía del Señor; por eso, la comunidad pedirá insistentemente su llegada.

Sobre estas convicciones se construye la vida religiosa de la comunidad primitiva. No abandona las formas de piedad tradicionales: continúan yendo a orar al Templo, se conservan las horas, gestos y textos (salmos) del judaísmo. Pero ya existen prácticas de culto autónomas: bautismo.

Los cristianos de Jerusalén "eran perseverantes... en la fracción del pan" (Hch. 2, 42): celebración eucarística en las casas de los fieles, en el primer día de la semana. Día de ayuno, viernes (muerte del Señor) y miércoles. Nace la semana cristiana.

La carta de Santiago habla de la unción de enfermos, confiada a los "ancianos". La actitud religiosa de la comunidad primitiva, está apoyada por un profundo entusiasmo, pronto al sacrificio, que se exterioriza en una caridad activa (Hch. 4, 32).

Encuadre de Historia de la Iglesia

HISTORIA DE LA IGLESIA UNIVERSAL I.
ENCUADRE

Presentación de los participantes
Nombre
Diócesis o Comunidad Religiosa, País
Años de Seminarista
Lugar donde Vives
Lugar de donde es oriundo
Teléfonos
E-mail
Fecha de Cumpleaños

Análisis de Expectativas
¿Por qué es importante estudiar la historia de la Iglesia?




¿Por qué es urgente estudiar la historia de la Iglesia?




¿Para qué estudiar la historia de la Iglesia?




¿Qué espero de este semestre de estudio (o año) sobre Historia de la Iglesia?




¿Qué ofrezco para que este curso sea lo mejor posible?





Presentación del Programa
(El Profesor)

Plenario de acuerdos y de organización operativa
Propuesta del Profesor (8 grupos de estudio), Bedel de curso, secretario, propuesta de evaluaciones (Discutir)

Prueba de Diagnóstico (Grupos)

¿Cuál es la misión de la Iglesia y cuál es la meta que espera alcanzar al final de los tiempos?
¿Cuáles acontecimientos consideran ustedes decisivos en la historia de la Iglesia Universal?
¿En cuáles períodos se suele vivir la historia de la Iglesia Universal?







Trabajo de investigación (TI)
15 Puntos
Trabajo Práctico (TP)
15 Puntos
Primer Parcial (PP)
15 Puntos
Segundo Parcial (SP)
15 Puntos
Examen Final (EF)
40 puntos
Total
100 Puntos

Primera Práctica

PRIMERA PRÁCTICA PERSONAL DE HISTORIA DE LA IGLESIA
ANÁLISIS DE TEXTOS
1. A partir de estos textos que presento a continuación resalta los elementos comunes que aparecen referidos al crecimiento de la Iglesia naciente y a la difusión del Evangelio.
2. ¿Cuáles elementos son puramente culturales en la evangelización de este primer siglo según los textos analizado (marque la cita)?
EL CRECIMIENTO DE LA IGLESIA Y DIFUSIÓN DE LA IGLESIA.
I. Y serán mis testigos en Jerusalén, Hech.1,8; 2,41; 2,47; 4,4; 5,14.16; 6,7; 21,20
II.…y en toda Judea…: Hch 1,8
· Hch 8,1.4; 9,31; 11,1; 11,29; 15,1; 21,10; 26,20
· Rm 15,31
· 1 Ts 2,14
· Ga 1,22
· 2 Co 1,16
· Azoto Hch 8,40
· Lidda " 9,32
· Joppe " 9,36; 10,24
III. y en Samaría... Hch 1,8
· Hch 8,1.4; 8,25; 9,31; 15,31
· Sarón Hch 9,35
· Cesarea Hch 8,40; 10,1.24; 12,19; 18,22; 21,8.16
IV. y hasta los confines del mundo. Hch 1,8
Galilea: Hch 9,31
Fenicia: Hch 11,19; 15,3
· Damasco: Hch 9,2ss; 2 Co 11,32; Gal 1,17
· Tiro: Hch 21,3-4
· Sidón: Hch 27,3
· Tolemaida: Hch 21,7
· Paneas: EUSEBIO, Historia VII, 18-19
· Trípoli: Constituciones apostólicas
Arabia: Hch 2,11; Ga 1,17-18
Perea: Cristianos después del 70
1. Celesiria: Gal 1,21; Hch 15,23
2. Antioquia: Hch 11,19-27; 13,1-3; 14,26; 15,22-35; 18,22-23 Ga 2,11
3. Chipre: Hch 21,16
4. Salamina: 11,19; 13,4-5
5. Pafos: 13,6
6. Cilicia: Gal 1,21
7. Tarso Hch 9,30; 11,25
· Panfilia:
7. Perge Hch 13,13-14; 14,24-25
8. Pisidia: Hch 13,49
9. Antioquía Hch 13,14-50; 2 Tim 3,11
10. Liconia
11. Iconio Hch 13,51; 14,1-4; 14,21; 16,2; 2 Tim 3,11
12. Listra Hch 14,6-19; 16,1-2; 2 Tim 3,11
13. Derbe Hch 14,6-7; 16,1
14. Atalía Hch 14,25?
15. Filomelio Martirio de Sn. Policarpo
16. Galacia
· Ga 4,13-15
· Hch 16,6; 18,23
· 1 Co 16,1
· 2 Tim 4,10
· 1 Pe 1,1
17. Frigia: Hch 2,10; 18,23
· Colosas Col 1,3-8; 4,12-13
· Laodicea Col 2,1; 4,13; 4,15-16
o Ap 1,11; 3,14-22
· Hierápolis Col 4,13
o Felipe el evangelista (EUSEBIO, Historia, III, 31,3)
o Papías (EUSEBIO, Historia, III, 36,2)
18. Capadocia Hch 2,9; 1 Pe 1,1
19. Ponto Hch 2,9; 18,2; 1 Pe 1,1
20. Bitinia Hch 16,7; 1 Pe 1,1
Plinio el Joven
21. Macedonia-Tesalia. Hch 16,9; 18,5; 19,21; 20,1-2
(Tracia-Dardania)
Rm 15,26
1 Co 16,5
2 Co 1,16; 2,13; 7,5; 8,1; 11,9
Fil 4,15
1 Tes 1,7-8; 4,10
1 Tm 1,3
Filipos Hch 16,12-40
1 Tes 2,2
Fil
S. Policarpo a los Filipenses
Apolonia Hch 17,1
Tesalónica Hch 17,19; 20,4
10 y 20 Tes
Fil 4,16
Berea Hch 17,10-15; 20,4
Acaya (Grecia) 1 Tes 1,7-8
2 Co 1,1; 9,2; 11,10
Rm 15,26
1 Co 16,15
Hch 18,27; 20,2
Atenas Hch 17,15-34
1 Tes 3,1
Corinto Hch 18,1-8; 19,1
10 y 20 a los Corintios
2 Tim 4,20
Cencreas (Hch 18,18)
Rm 16,1
Patras S. Andrés?



Constituciones apostólicas
Nicópolis Tit 3,12
1. Dalmacia Iliria: 2 Tim 4,10
Rm 15,19-21
2. Creta: Tit 1,5
3. Asia: Hch 2,9
4. Lidia, Misia, Helesponto, Caria
Hch 19,10; 20,4; 20,18
Rm 16,5
1 Co 16,19
2 Co 1,8
1 Pe 1,1
Ap 1,4
5. Efeso Hch 18,19-21; 18,24-27
1 Co 15,32; 16,8
Carta a los Efesios
1 Tim 1,3
2 Tim 1,16-18; 4,12
Ap 1,11; 2,1-7

6. San Ignacio de Antioquía a los Efesos
7. Troade Hch 20,5-12
2 Co 2,12-13
2 Tim 4,13
8. Mileto Hch 20,15-38; 2 Tim 4,20
9. Esmirna Ap 2,1-7
San Ignacio de Antioquía a los Esmirniotas
San Policarpo, carta y martirio
Pérgamo Ap 2,12-17
Tiatira Ap 2,18-29
Sardes Ap 3,1-6
Filadelfia Ap 3,7-14

Práctica Persecuciones

LA DIFUSIÓN DEL EVANGELIO Y PERSECUCIÓN DE LOS CRISTIANOS DURANTE LOS SIGLOS II-IV
Lea detenidamente estos documentos históricos, comente y describa los juicios, creencias y percepciones de que eran objetos los primeros cristianos. ¿Qué juicio de valor les da usted a estos documentos?
Textos escogidos
· Anales de Tácito
· Carta de Plinio a Trajano
· San Justino, Diálogo con el Judio Trifón
· San Ireneo, Contra los herejes
· Tertuliano, El apologético
· Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino
· San Agustín, Carta 199
1. Una *ingente multitud+ camina hacia el martirio: Anales de Tácito, XV, 44: Actas de los Mártires, Edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC (Madrid; 1974) p. 223.
*Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristiano. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera. Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre (multitudo ingens) quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas. Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aún castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública utilidad, sino para satisfacer la crueldad de uno solo.



2. Plinio, un joven gobernador romano en Bitinia consulta al Cesar Trajano sobre la persecución a los cristianos: Actas de los Mártires, 246-247.
Lugar: Bitinia fecha: 111-112
*El asunto, efectivamente, me ha parecido que valía la pena de ser consultado, atendiendo sobre todo el número de los que están acusados. Porque es el caso que muchos de toda edad, de toda condición, de uno y de otro sexo, son todavía llamados en justicia, y lo serán en adelante. Y es que el contagio de esta superstición ha invadido no sólo las ciudades, sino hasta las aldeas y los campos; mas al parecer aun puede detenerse y remediarse. Lo cierto es que, como puede fácilmente comprobarse, los templos, antes ya casi desolados, han empezado a frecuentarse, y las solemnidades sagradas por largo tiempo interrumpidas, nuevamente se celebran y que en fin, las carnes de las víctimas para las que no se hallaba antes sino un rarísimo comprador, tienen ahora excelente mercado. De ahí puede conjeturarse qué muchedumbre de hombres pudiera enmendarse con sólo dar lugar al arrepentimiento...
3. San Justino y su Diálogo con Trifón, caps. 117, 4-5, Padres Apologistas Griegos, edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC (Madrid 1954) p. 506.
Lugar: Roma Fecha: 138-161
*A vosotros mismos os engañáis, vosotros y vuestros maestros al interpretar las palabras de Malaquías como dichas de la gente de vuestro pueblo que vivía en la dispersión, cuyas oraciones llamaría sacrificios puros y agradables a Dios. Reconoced que mentís y que tratáis en todo de engañaros a vosotros mismos. Porque en primer lugar, ni aún ahora vuestro pueblo se extiende de Oriente a Occidente, sino que hay naciones donde jamás habitó nadie de vuestra raza. En cambio, no hay raza alguna de hombres, llámense bárbaros o griegos o con otros nombres cualesquiera, ora habiten en casas o se llamen nómadas sin viviendas o moren en tiendas de pastores, entre los que no se ofrezcan por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre y Hacedor de todas las cosas. En segundo lugar, cuando el profeta Malaquías dijo aquellas palabras todavía no estábais dispersos por todas las partes de la tierra en que lo estuvisteis luego, como por las mismas Escrituras se demuestra.+
4. San Ireneo, Obispo de Lyon, Adversus Haereses, I, 10.2. Fuente: Patrología Graeca 7, 551. Traducción C. Giaquinta
Lugar: Lyon (Francia) fecha: 177-202?
*La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe, a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz (sinfónicamente), y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en Germania no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de la Hiberias, ni las que existen entre los Celtas, ni las del Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo (Jerusalén).+
5. Tertuliano, el primer escritor cristiano latino, El Apologético, 37,4ss. Fuente: Corpus Christianorum Latinorum I, 148. Traducción: Huber S., Los Santos Padres, vol. 1 (Buenos Aires 1946) 253-254.
Lugar: Cartago (Africa) fecha: 195-207
*Si quisiéramos vengarnos, no como ocultos, sino declarados enemigos, faltaríamos por ventura fuerzas de numerosos soldados y ejércitos? Son más los mauros, los marcomanos, los partos que rebeló Severo, que los cristianos de todo el mundo? Estos bárbaros numerosos son, pero están encerrados en los límites de un reino; los cristianos habitan provincias sin fronteras. Ayer nacimos y hoy llenamos el imperio, las ciudades, las islas, las aldeas los reales, las tribus, las decurias, el palacio, el Senado, el consistorio. Solamente dejamos vacíos los templos para vosotros. Pues para qué lance de batalla no serían idóneos soldados los cristianos, aun con desiguales ejércitos, estando tan ejercitados en los combates de los tormentos en que se dejan despedazar gustosamente, si en la disciplina de la milicia cristiana no fuera más lícito perder la vida que quitarla? También podríamos sin armas pelear contra vosotros con sola la envidia del divorcio, porque si tan lúcida muchedumbre de cristianos, alejados de nuestra compañía se resolviesen a vivir juntos en algún seno del mundo, quedaría el imperio avergonzado con la pérdida de tan ilustres ciudadanos y castigado con el desamparo de los buenos. Qué ciudad no quedaría apesaradamente envidiosa de la colonia cristiana, compuesta del mayor lucimiento de la naturaleza y del mayor lustre de la gracia? Y si todos los cristianos desamparasen sus casas, sin duda que en tanta soledad, en tanto silencio de las cosas, en una ciudad desierta y como muerta no habiendo en ella vivos os hallaríais enajenados con el pavor y encantos con el pasmo, no teniendo en ella a quién mandar. Más enemigos quedarían que ciudadanos, aunque ahora tenéis más ciudadanos que enemigos; que siendo los más ciudadanos cristianos, los más ciudadanos son amigos.+
6. Eusebio de Cesarea el primer *historiador de la Iglesia+, Vita Constantini, lib. III, 19. Fuente: Patrología Graeca 20, 1078. Tradujo C. Giaquinta.
Lugar: Nicea y Cesarea fecha: c. 325.
*Es una praxis conveniente que guardan todas las Iglesias de Occidente, en el meridión y en el septentrión y algunas de las Iglesias de Oriente. Por ello todos juzgaron que era justo lo que les propuse a Uds., a saber: que lo que se guarda concordemente en al ciudad de Roma y en toda Italia, en Africa y Egipto, en España, Galias, Britania y Libia, en toda la Acaya, en las diócesis de Asia y del Ponto y en Cicilia, esta también sea aceptado gustosamente por ustedes (sobre la fecha de la Pascua).+
7. San Agustín, Epístola, 199, 46. Fuente: obras de San Agustín (BAC) Madrid 1953, t. 11, p. 909-911.
Lugar: Hipona fecha: 413.
*No sé si, por mucho ingenio y capacidad que tengamos podremos descubrir en este punto algo más seguro de lo que dije en mi anterior carta, refiriéndome al tiempo en que el Evangelio ocupará todo el mundo. Ya demostré con documentos ciertos que no es lo que tu venerabilidad piensa, a saber; que eso ya se realizó en tiempo de los apóstoles. Hay entre nosotros aquí mismo en Africa, innumerables pueblos bárbaros en los que aun no se ha predicado el Evangelio. Cada día podemos combrobarlo por los prisioneros que los romanos toman y reducen a servidumbre. Verdad es que, desde hace pocos años, algunos de esos pueblos que vivían pacificamente junto a las fronteras romanas, ya no tienen reyes, sino prefectos nombrados por las autoridades romanas, y tanto ellos como sus prefectos han comenzado a ser cristianos. Pero quedan otros pueblos en el interior que no obedecen a ninguna autoridad romana y no tienen representantes propios dentro de la religión cristiana, y sin embargo pertenecen también a las promesas de Dios.Tomado de “Cuaderno de documentación para la enseñanza” elaborado por Mons. Carmelo Giaquinta, Facultad de Teología UCA, Buenos Aires 1972. En: http://usuarios.advance.com.ar/pfernando/DocsIglAnt/Crecimiento_II-IV.htm

Persecuciones, Profundizando

CONOCIENDO MÁS SOBRE LAS PERSECUCIONES A LOS CRISTIANOS

1. LA “PAZ ROMANA” Y EL CRISTIANISMO
Cuando “al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de mujer y bajo la ley”(Gal 4,4), solo existía una estructura política cimentada sobre las bases de una religión politeísta. que comprendía todo el entorno de la cuenca del Mediterráneo, y se llamaba Imperio Romano; se trataba de una institución político-militar y socio-cultural, con una extensión de tres millones de kilómetros cuadrados, cuyos límites eran: el Océano Atlántico por el oeste; las regiones montañosas del norte de África y las Provincias de Egipto por el sur; la desembocadura del Rhin y del Danubio por el noroeste; el Asia Menor, Siria y Palestina; y a estas fronteras había que añadir el reino de Armenia y el reino del Bósforo-Crimea. La población de todos estos territorios rondaba los 65 millones de habitantes. Y en medio, ROMA, el centro en torno al cual giraba toda la vida de esa macroestructura que se llamó Imperio Romano, una institución que, a primera vista, parecía indestructible.
Los dos siglos que siguen al nacimiento de Cristo son, culturalmente hablando, la Edad de Oro del Imperio Romano, es la época de los grandes genios literarios latinos, de los grandes arquitectos y escultores es la época, de la máxima solidez política y social, a pesar de que por el norte y por el este se advierte ya la presencia de un factor, los pueblos bárbaros, los cuales, después de varios siglos, acabarán por llevar a la ruina más completa al Imperio Romano.
Si alguien hubiera imaginado en los orígenes del cristianismo que se pudiera entablar una lucha sin cuartel entre los cristianos y el Imperio, a nadie se le ocurriría pensar que, después de dos siglos de crueles persecuciones, los cristianos serían los vencedores; y, sin embargo, así fue. El Imperio acabará capitulando ante la cruz de Cristo.
El Imperio Romano, sin pretenderlo, creó para el naciente cristianismo un contexto socio-cultural que contribuyó poderosamente a su expansión inicial; nos referirnos a la “Paz romana” que concedió a los cristianos unas oportunidades muy importantes para su expansión y su arraigo en la sociedad romana.
Los cristianos buscarán la protección de las leyes, como lo atestigua la historia de San Pablo; las leyes, y especialmente su título de ciudadano romano, lo protegieron en diferentes ocasiones de la persecución que contra él entablaron tanto los paganos como los judíos.
La red impresionante de vías de comunicación, por tierra y por mar, creadas por el Imperio no sirvieron solamente para facilitar la administración del Estado y abastecer de alimentos y materias primas a la capital del Imperio, sino que por ellas circularon también con rapidez los heraldos del evangelio; fue asimismo un instrumento al servicio del mensaje evangélico la unificación de cultura y de lengua: el latín era la lengua del ejército y de la administración pública. Pero el griego común se convirtió en el idioma de los comerciantes y de los marinos que hacían de transmisores de las novedades de todo tipo que se fraguaban en toda la cuenca del Mediterráneo.
La unificación cultural llevada a cabo por Roma se convertirá en una gran ayuda para la formulación doctrinal del cristianismo. La evolución que desde hacia varios siglos había experimentado la filosofía griega hacia la ética, hacia la interioridad, más que hacia las especulaciones abstractas, hizo que los predicadores del evangelio no encontraran solamente intelectuales dominados por el escepticismo, sino más bien intelectuales orientados hacia la religiosidad interior.
El monoteísmo judeocristiano encontró un camino fácil en las críticas que los filósofos griegos, como Platón y Aristóteles, y sus respectivos discípulos habían provocado contra el politeísmo en los estamentos cultos del imperio a pesar de que en los estamentos populares todavía permaneciese muy arraigado el politeísmo tradicional.
Las categorías filosóficas de Grecia serán un buen instrumento en manos de los teólogos cristianos para crear un sistema intelectual capaz de satisfacer a las más altas exigencias del pensamiento sin olvidar, por otra parte, que también esta fuerza especulativa griega será ocasión de múltiples errores y de divisiones en el seno de la Iglesia.
La misma organización estatal del Imperio sirvió de modelo para la organización de la Iglesia. La división en diócesis, metrópolis, patriarcados está calcada sobre la división del Imperio; incluso Roma, capital del Imperio, será la capital de la iglesia universal; ¿se trata solamente de una casualidad o de un plan divino, que quiso identificar la Roma eterna de los escritores latinos con la “Roma eterna”, capital del cristianismo, es decir, de aquel “reino que no tendrá fin” de que habla Lucas? (Lc.1,33).
Por todo esto, no es de extrañar que algunos escritores cristianos vieran en ese “evento” que se llamó Imperio Romano la plasmación concreta de la “plenitud de los tiempos” de que habla San Pablo (Gal 4,4), como fue el caso del gran poeta español Prudencio, el cual se preguntaba sobre el secreto del destino de Roma; y él mismo se respondía: “Que Dios quiso la unificación del género humano porque la religión de Cristo pide una fundamentación social de paz y de amistad internacionales” lo cual viene a significar que la Paz romana ha preparado el camino a la venida de Cristo; este optimismo de Prudencio no se vio frenado, a pesar de que la dura realidad de la confrontación del Imperio Romano con el cristianismo causó innumerables mártires.

2. DE LA INDIFERENCIA A LA SOSPECHA
La actitud inicial del Imperio Romano hacia los cristianos fue de total indiferencia; esto puede provocar extrañeza y admiración, porque aquello que para los cristianos, como es la vida y la muerte de Cristo, constituye el “punto luminoso bifronte” que divide la historia de la humanidad en un antes y en un después de Cristo, para el lmperio Romano y sus autoridades pasó totalmente desapercibido; en todo caso, la muerte de Cristo fue un episodio más de los muchos que acaecían por entonces en el Imperio Romano, especialmente en Palestina, donde muy frecuentemente se levantaban algunos revolucionarios contra el poder constituido de Roma, a los que se les aplicaba la ley, sin que dejaran huellas dentro de aquella macroestructura político-social que era el Imperio de Roma.
Tampoco la predicación de aquellos doce hombres que poco después paseaban la doctrina de su Maestro por las ciudades orientales del Imperio provocó preocupación alguna en las autoridades romanas, porque los cristianos fueron confundidos con aquellos predicadores que recorrían las comunidades judías esparcidas por todo el Imperio, que en ocasiones provocaban altercados; pero los romanos estaban habituados a esos litigios propios de los judíos. Es cierto que en las provincias orientales del Imperio, como Siria, y concretamente en su capital Antioquia, empezaron a ser distinguidos de los judíos porque fue allí donde los discípulos de Jesús empezaron a ser llamados cristianos>> (Hch 11,26).
Pero el hecho es que en Roma, hasta el año 64, los cristianos no fueron considerados como un grupo independiente de los judíos; en el año 64, fecha del comienzo de la persecución de Nerón, judíos y cristianos ya estaban bien diferenciados; hoy día se plantea la hipótesis de que pudiera haber sido Flavio Josefo el responsable de esta distinción, puesto que por entonces se hallaba en Roma y tenía fácil acceso al palacio imperial por la amistad que le unía a la esposa de Nerón, de la que, según cuenta el propio Flavio Josefo, había recibido algunos regalos; porque, así como en tiempos del emperador Claudio no se distinguía a los cristianos de los judíos, porque todos los judíos fueron expulsados de Roma por los alborotos que causaban —“impulsore Chresto”—, en esta expresión hay evidentemente una alusión a la predicación del evangelio en la capital del Imperio (cf. Hch 18,2-4).
También pudo contribuir a esta distinción entre judíos y cristianos la predicación de Pablo durante los dos años de su estancia en Roma como prisionero, porque el Apóstol de los gentiles no se detenía lo más mínimo en la predicación de Cristo muerto y resucitado, como cumplimiento de las promesas hechas a Israel; pero su predicación fue más pacífica respecto a los judíos, porque el mismo se encargó de reunir en su casa a los representantes judíos para informarles de que él no tenía nada en contra del pueblo judío (Hch 26,17-28).

3. DOS SIGLOS Y MEDIO DE PERSECUCION
Desde el año 64, persecución de Nerón, hasta el año 313, fecha en que Constantino les concedió la libertad, los cristianos tuvieron que sufrir un largo y penoso itinerario salpicado con la sangre de los mártires, y ensombrecido con la tortura más atroz de los confesores, es decir, aquellos cristianos que, por defender su fe, sufrieron los más variados tormentos, pero que no murieron en ellos.
Durante los siglos I y II los cristianos fueron perseguidos como individuos particulares, en cambio durante el siglo III la persecución se dirigía sistemáticamente contra el cristianismo en cuanto organización y, finalmente, desde los últimos años del siglo III hasta el año 313, la persecución se dirigió globalmente contra los cristianos como individuos y contra la Iglesia como organización.
Hay que tener en cuenta que, si bien durante esos doscientos cincuenta años, cada cristiano tenía la espada de Damocles sobre su cabeza, porque en cualquier momento podía ser denunciado como cristiano, y en menos de 24 horas ser llevado ante los tribunales, y verse obligado a apostatar de su fe o ser condenado, unas veces a muerte, otras veces a la tortura, al destierro, a trabajos forzados o a la confiscación de sus bienes; sin embargo, durante esos doscientos cincuenta años, los cristianos gozaron de largos periodos de paz, aunque en una u otra región del Imperio siempre hubo algunos mártires.
Prueba evidente de que la Iglesia gozó de largos periodos de paz es el hecho de que las comunidades cristianas pudieron tener lugares públicos de culto, enseñar en escuelas creadas al efecto, como la de Justino en Roma o la de Clemente en A1ejandría y, lo que es aun más importante, llevar pleitos ante los tribunales del Imperio y ganarlos. Se puede calcular que los cristianos, desde el año 64 hasta el año 313, gozaron de unos ciento veinte años de paz, aunque fuese una paz muy precaria, y durante unos ciento veintinueve años sufrieron persecuciones siempre, naturalmente, alternándose períodos más o menos largos de paz y de persecución.
Lactancio (317), escritor eclesiástico de principios del siglo IV y preceptor de los hijos de Constantino, unió el nombre de los emperadores con las persecuciones en cuyo reinado tuvieron lugar. Ha sido un lugar común afirmar que las persecuciones fueron 10; pero esto se ha hecho por establecer una analogía con las diez plagas sufridas por Egipto a causa de la persecución contra el pueblo de Israel; pero en realidad no hubo un número determinado de persecuciones, sino un período durante el cual el lmperio consideró al cristianismo como una religión ilícita, y actuó en consecuencia contra los cristianos.

4. PERSEGUIDORES MAS CRUELES Y MARTTRES MAS CELEBRES

a) Persecución de los cristianos como individuos particulares
Inició las persecuciones el emperador Nerón (54-68). El 19 de julio del año 64 se declaró un incendio devastador que destruyó 7 de los 14 distritos de Roma; el incendio había sido provocado por el propio Nerón; pero, a fin de descargar de sus espaldas la acusación de incendiario que contra él lanzaban los romanos, echó la culpa a los cristianos; y aunque, según Tácito, se demostró que eran inocentes, se demostró también que eran aborrecidos por el pueblo; y, en consecuencia, una “gran multitud” fue condenada a sufrir los más atroces y refinados tormentos: unos, envueltos en pieles de fieras salvajes, fueron echados a los perros que los destrozaban; otros, embadurnados de pez, sirvieron de antorchas vivientes en los jardines y en el Circo de Nerón. Además de esa anónima “multitud ingente”, sufrieron el martirio San Pedro y San Pablo, los fundadores de la Iglesia romana; y Proceso y Martiniano.
De la persecución de Domiciano (81-96) no hay noticias ciertas, ni se conoce el motivo inmediato de la misma, aunque Hegesipo dice que este emperador temía a los cristianos, y especialmente a los parientes del Señor. A esta persecución se refiere el Apocalipsis (1,9; 2,3; 2,9; 2,13); aluden a ella algunos autores cristianos como Melitón de Sardes y Tertuliano; y también Plinio el Joven en su carta a Trajano. Mártires más célebres: Flavio Clemente, pariente del propio Domiciano; Acilio Glabrión, cónsul con Trajano en el año 91; y Clemente Romano. Flavia Domitila, esposa de Flavio Clemente, fue desterrada; y, según Tertuliano, Juan Evangelista fue conducido a Roma, y salió ileso de la prueba del aceite hirviendo.
La llegada de los emperadores antoninos supuso para los cristianos un periodo de calma. A Domiciano le sucedió Nerva (96-97), el cual por reacción contra su predecesor prohibió los procesos por ateismo y costumbres judaicas que pesaban directamente sobre los cristianos. A Nerva le sucedió Trajano (97- 117); durante su reinado tuvo lugar la consulta del gobernador de Bitinia, Plinio el Joven, de la que se tratará más adelante. Bajo el dominio de Trajano padecieron el martirio: lgnacio de Antioquia (110-112); Simeón, obispo de Jerusalén (110); varios en Bitinia, cuyos nombres se desconocen.
El emperador Adriano (117-138) dirigió un rescripto al procónsul de Asia, Minucio Fundano durante su mandato padecieron el martirio: Eustoquio y Teopista con sus tres hijos; Telesforo, papa; Sinforosa con sus siete hijos. El emperadorAntonino Pío (138-161) protegió a los cristianos contra la furia de las masas, mediante edictos dirigidos a las ciudades de Tesalónica, Larisa y Atenas; pero esto no irnpidió que algunos cristianos dieran su vida por su fe; entre ellos sobresale Policarpo de Esmirna, con once compañeros y en Roma: Justino, Ptolomeo y Lucio. En tiempos de Marco Aurelio (161-180) varias calamidades afligieron al Imperio; para aplacar a los dioses se organizaron cultos públicos a los que no asistieron los cristianos y esta ausencia provocó una violenta persecución contra ellos, que fue especialmente dura en Lyon: Fotino, obispo de noventa años; Santo y Atalo, diáconos; Blandina, esclava, con 45 compañeros. En Roma, la persecución no fue menos violenta que en Lyon, pero no hubo muchos mártires, sino más bien confesores porque los cristianos fueron condenados a trabajos forzados en las minas de plomo de Cerdena; es célebre el martirio de Santa Cecilia, aunque algunos historiadores retrasan su martirio hasta el imperio de Alejandro Severo (222-235).
Los cristianos volvieron a gozar de un largo período de paz en tiempos de Cómodo (180-192) debido al influjo de su esposa Marcia, a la que algunos historiadores consideran cristiana, o por lo menos catecumena; no obstante, hubo algunos mártires célebres, como Apolonio senador romano y los doce mártires escilitanos Esperancio, Nazario y compañeros.

b) Persecución no sistemática contra la Iglesia en cuanto tal.
A finales del siglo II, las autoridades imperiales se percataron de que el cristianismo no era solamente cuestión de individuos aislados, sino una organización suprananacional; y, por lo mismo, ya no se atacó solamente a determinados individuos que eran cristianos, sino a la Iglesia como institución.
Durante los diez primeros años del imperio de Séptimo Severo (192-211), los cristianos gozaron de paz, aunque no por eso dejara de correr la sangre cristiana, especialmente en África, lo que obligó a Tertuliano a escribir su Apologético dirigido a los magistrados locales, a fin de deshacer las acusaciones de sacrilegio y lesa majestad que la plebe dirigía contra los cristianos. En el año 202 Séptimo Severo publicó un edicto por el que prohibía la conversión al cristianismo y la propaganda del mismo; por eso abundan los mártires entre los catecúmenos y catequistas: Leónidas, padre de Orígenes, y director de la Escuela de Alejandría, Perpetua y Felicitas y compañeros, en Cartago; Basílides, Potamiena y otros en Egipto.
Los sucesores inmediatos de Séptimo Severo se mostraron benévolos con los cristianos: Caracalla (211-217) tuvo una nodriza cristiana; Heliogábalo (218-222) intentó sincretizar el cristianismo con el culto al Sol invicto; Severo Alejandro (222-235) favoreció especialmente a los cristianos, porque su madre, Julia Mammea, era admiradora de Orígenes, a cuyas clases asistía en Alejandría; pero no fue cristiana por más que Orígenes y Rufino la consideren como tal. Severo Alejandro introdujo una imagen de Cristo, juntamente con la de Abrahán y Apolonio de Tiana, en su Larario. Y, sobre todo, este emperador sentenció a favor de los cristianos un pleito que habían planteado contra una asociación de bodegueros de Roma, por un solar para un edificio de culto cristiano; lo cual implica, por lo menos implícitamente, un reconocimiento oficial del cristianismo.
A estos emperadores benévolos para los cristianos les sucedió Maximino Tracio (235-238), el cual por oposición a sus predecesores, especialmente contra Alejandro Severo, a quien había asesinado, promulgó un edicto dirigido contra la Jerarquía eclesiástica, condenando a muerte a los obispos; la persecución fue especialmente cruel en Roma: el papa Ponciano y el antipapa Hipólito murieron en los trabajos forzados de las minas de plomo de Cerdeña (235); también murió mártir el papa Antero (236).
Al final de su imperio, Maximino Tracio revocó el decreto de persecución, y la paz perduró con los emperadores Gordiano (23 8-244) y Felipe el Árabe (244-249), este último gran amigo de los cristianos, hasta el punto de que parece que recibió el bautismo, pues se sometió a la penitencia pública de la Iglesia, posiblemente por haber participado en el culto oficial pagano con ocasión del milenario de la fundación de Roma (249).

c) Persecuciones sistemáticas contra la Iglesia
Las persecuciones de este período (249-311) intentan exterminar sistemáticamente a la Iglesia en cuanto tal. Se inicia esta etapa con la llegada de Decio al Imperio (249-251). El nuevo emperador, para oponer una mayor resistencia a la cada vez más fuerte presión de los pueblos bárbaros en las fronteras orientales del Imperio, quiso unificar todas las fuerzas dispersas, empezando por las religiosas. Para ello era preciso que los cristianos, cada día más numerosos, retomasen al culto oficial del Imperio; con este fin publicó muy astutamente un edicto con el que no se presentaba como perseguidor de ningún grupo religioso, porque se obligaba a todos los ciudadanos a ofrecer un sacrificio propiciatorio a los dioses oficiales del Imperio; pero el edicto iba dirigido contra los cristianos, porque era el único grupo que habitualmente rechazaba el culto oficial.
A medida que cada ciudadano ofrecía el correspondiente acto de culto oficial, se le entregaba un “libelo” o certificado que acreditaba que lo había realizado; a quienes se negasen a rechazar ese acto de culto, se les confiscarían los bienes, serían desterrados, condenados a trabajos forzados, e incluso condenados a la pena capital.
El edicto iba dirigido contra los cristianos, pues aunque se obligaba a todos los súbditos del lmperio, solamente los cristianos se negarían a acatarlo, también los judíos se negarían, pero su religión tenía en el lmperio romano el privilegio de no adorar a ningún otro dios fuera del suyo. La finalidad del edicto no era hacer mártires, sino apóstatas. De este modo, al obligar a todos los súbditos del Imperio a ofrecer un sacrificio a los dioses oficiales, el emperador evitaba la apariencia de injusticia si solamente hubiese obligado a los cristianos.
Los efectos de este edicto fueron bastante calamitosos para la Iglesia, no tanto por el número de mártires que fueron menos que en otras persecuciones sobresaliendo entre ellos el papa Fabián, Águeda, Plonio, Babilas, Alejandro y Félix de Zaragoza, cuanto por el número de los libeláticos, es decir aquellos que, sin haber sacrificado a los dioses, recibieron el libelo de haberlo realizado, los cuales causaran serios problemas en las comunidades porque estos apóstatas por simulación pidieron inmediatamente la readmisión en la Iglesia. También fue muy elevado el número de confesores entre los cuales sobresale el célebre escritor Orígenes (t 254).
Con la muerte de Decio, en la guerra contra los godos, cesa la persecución, aunque durante el reinado de Galo (251-253) estuvo a punto de estallar otra, por negarse los cristianos a ofrecer sacrificios a los dioses, con ocasión de una peste que se declaró en Roma: el papa Cornelio (25 1-253) murió en el destierro.
Nada hacía prever que el emperador Valeriano (253-260) fuese a decretar una de las persecuciones más violentas, porque al principio se manifestó favorable a los cristianos pero después se dejó influir por el ministro de finanzas, Macrino que quería apoderarse de los bienes de la Iglesia. En agosto del año 257 publicó un edicto por el cual se obligaba a todos los obispos, sacerdotes y diáconos a ofrecer sacrificios a los dioses, con pena de exilio para quienes lo desobedecieran; y prohibía la visita a los cementerios cristianos y las reuniones de culto, bajo pena de muerte. Un segundo edicto publicado el mismo año 257 estableció la persecución general. En esta persecución fueron martirizados el papa Sixto y su diácono Lorenzo, Cipriano obispo de Cartago, el niño Tarsicio, Fructuoso obispo de Tarragona, y sus diáconos Augurio y Eulogio, Dionisio obispo de Alejandría, y los 153 mártires de Útica (Africa) que fueron arrojados a un pozo de cal viva, de ahí su nombre de Massa candida.
Al morir el emperador Valeriano, se inició un largo período de paz para los cristianos. el emperador Galieno (260-268), hijo de Valeriano, hizo restituir a los cristianos los cementerios y lugares de culto que les habían sido confiscados por su padre. Esta paz se vio en peligro durante el último año del imperio de Aureliano (270-275), el cual publicó un edicto de persecución, pero no tuvo ninguna consecuencia negativa, porque, al poco tiempo, fue asesinado.

d) Última persecución general
El nuevo emperador, Diocleciano (275-305), apreciaba mucho a los cristianos; tenía incluso servidores cristianos en su propio palacio imperial de Nicomedia. En las provincias orientales del lmpenio el cristianismo se había propagado en gran medida durante los últimos cuarenta años en la misma Nicomedia casi un 50 por 100 de la población era ya cristiana; había cristianos que ejercían cargos públicos de importancia, como gobemadores de provincias, porque las autoridades ya no les exigían el juramennto ante los dioses paganos, que obligatoriamente tenían que hacer los funcionarios públicos.
Diocleciano ha sido juzgado muy duramente por Eusebio y por Lactancio por haber desencadenado la persccución más universal y cruenta contra los cristianos; pero él era, personalmente, un hombre pacifico, con una gran capacidad de estadista; para evitar la perturbación interna dividió el Imperio en cuatro Prefecturas: Galias, Italia, Ilírico y Oriente; dividió las Prefecturas en 14 diócesis, y éstas en 100 provincias. De este modo centralizó el gobierno, y evitó las continuas sublevaciones de la etapa anterior. Contra los ataques provenientes del exterior, sobre todo de los pueblos bárbaros, dividió el lmperio en dos partes: el lmperio de Occidente con capital en Milán, y el lmperio de Oriente con capital en Nicomedia, dando lugar así a la Tetrarquía. El único Imperio Romano sería gobernado por dos Augustos: Diocleciano para la parte oriental y Maximiano para la parte occidental; cada uno de ellos tenía un César: Galerio, César de Diocleciano; y Constancio Cloro, César de Maximiano, que sucederían respectivamente en cada parte del Imperio a los dos Augustos.
Nada hacía prever un cambio de actitud de Diocleciano respecto a los cristianos; pero cedió a la presión de su César, Galerio; y, a pesar de que estaba convencido del grave error que cometía, decretó la persecución, que pasó por diversos estadios, hasta que se convirtió en una guerra de exterminio total. En el año 297 se obligó a los soldados a ofrecer sacrificios a los dioses; y, al oponer resistencia los soldados cristianos fueron expulsados del ejército y algunos fueron martirizados: Julio, en Mesia el centurión Marcelo, en Maunitania y Casiano, escriba o actuario en el proceso seguido contra Marcelo.
En año 303 Diocleaciano promulgó un primer edicto de persecución general por el cual obligaba a los cristianos a destruir sus lugares de culto y a entregar los libros sagrados; un segundo edicto, promulgó el mismo año 303, obligaba al clero a ofrecer sacrificios a los dioses, bajo pena de encarcelamiento. Un cristiano fue sorprendido mientras prendía fuego a este edicto, y fue quemado vivo. La persecución cruenta empezó por los propios senadores que Diocleciano tenía en su palacio de Nicomedia. Un tercer edicto promulgado el mismo año 303 obligaba al clero a ofrecer sacrificios a los dioses, bajo pena de muerte.
En el año 404 Diocleciano promulgó un cuarto edicto por el cual se extendía a todos los cristianos la obligación de ofrecer sacrificios a los dioses este edicto no se aplicó con igual rigor en todas las provincias del lmperio. En la parte occidental, a pesar de que Constancio Cloro no fue muy riguroso en la aplicación de este edicto de persecución general, el mayor o menor número de mártires dependió de los gobernadores de provincias. Eusebio señala en Palestina el martirio de 92 cristianos en Roma, sobresalió el martirio de Sebastian, que desempeñaba un alto cargo en el ejército, y el de Inés, Marcos, Pedro, y el papa Marcelino. En España hubo un elevado número de mártires, superior al de otras regiones como las Galias e incluso Italia: Emeterio y Celedonio, soldados en Calahorra; el centurión Marcelo en León; los dieciochos mártires de Zaragoza, a quienes Prudencio dio el apelativo de los innumerables; los niños Justo y Pastor en Alcalá de Henares; Leocadia en Toledo; Vicente, Sabina y Cristeta en Ávila; Eulalia en Mérida; es posible que Eulalia de Barcelona sea un desdoblamiento de Eulalia de Mérida.

e) Edicto de tolerancia (311)
La finalidad de Diocleciano, al aceptar la idea de Galerio de perseguir a los cristianos, hay que enmarcarla en el contexto de la reforma y restauración que llevó a cabo en el Imperio; pero fracasó por completo. La persecución no reportó beneficio alguno para el Estado; todo lo contrario, creó una situación de gran malestar no sólo entre los cristianos, que en la parte oriental constituían ya cerca de un 50% de toda la población, sino también entre los mismos paganos que no veían con buenos ojos tanto derramamiento de sangre.
Diocleciano, viejo y achacoso y, sobre todo, hastiado por el fracaso, abdicó en el año 305, al abdicar él, tenía que hacerlo también Maximiano; en la parte oriental del Imperio, Galerio sucedió a Diocleciano como Augusto, y Maximino Daja ocupó el puesto de César dejado vacante por Galerio; pero Licinio se sublevó contra él y lo venció, quedando dueño único de la parte oriental del Imperio. En la parte occidental, Constancio Cloro estaba llamado a suceder a Maximiano, y el puesto de Constancio Cloro, como César, tendría que ser ocupado por Majencio, hijo adoptivo de Maximiano; pero, al morir Constancio Cloro, su hijo Constantino fue proclamado emperador por los soldados, entablándose así la lucha entre éste y Majencio; venció Constantino y se hizo dueño único de la parte occidental del lmperio.
Las persecuciones cesaron inmediatamente en los dominios de Constancio Cloro; en cambio, en Roma, donde Majencio se hizo fuerte, las persecuciones solamente cesaron en la práctica, porque, en realidad, no fueron revocados los edictos de Diocleciano; y, por consiguiente, seguían prohibidas las reuniones del culto cristiano.
En la parte oriental del Imperio, las persecuciones duraron hasta el Edicto de tolerancia, firmado por Galerio el día 30 de abril del año 311. Galerio dividió su Edicto de tolerancia en tres panes: 1) en la introducción reprende a los cristianos por haber abandonado la religión de sus antepasados; reconoce el fracaso de la persecución, aunque justifica su finalidad, a saber, “para que también los cristianos retornaran a su sano juicio”; 2) perdona a los cristianos al ver que no podían adorar ni a su Dios, ni a los dioses oficiales; y además, les concede dos cosas: a) “Ut denuo sint christiani”, “que existan de nuevo los cristianos”; es decir, Galerio no proclama propiamente el fin de la persecución, sino más bien el reconocimiento jurídico de la Iglesia; b) que los cristianos edifiquen templos donde puedan celebrar su culto; 3) exhorta a los cristianos para que rueguen a su Dios por el bienestar del emperador y del Imperio.
De este modo, Galerio reconocía por primera vez en la historia del Imperio Romano que el Dios de los cristianos constituía una aportación positiva a la política del Estado; y en consecuencia, se puede afirmar que los cristianos tenían ya carta de naturaleza en el lmperio, con tal de que no hicieran nada contra las instituciones estatales.
Majencio, para probar su legitimidad en la sucesión de Constancio Cloro, en contra de su hijo Constantino, promulgó en Roma el Edicto de tolerancia de Galerio, y dispuso que se restituyeran al papa Melquíades o Milciades los bienes confiscados a la Iglesia durante la persecución de Diocleciano.
Al morir el papa Marcelino en el año 304, la silla de San Pedro estuvo vacante hasta el año 308, siendo elegido entonces el papa Marcebo I (3O8-3O9) al cual sucedió el papa Eusebio (309-310) que es desterrado por Majencio a Sicilia, donde murió. Le sucedió el papa Melquíades o Milciades (311-314), bajo cuyo pontificado tuvo lugar la Victoria de Constantino sobre Majencio en la batalla del puente Milvio, que dio lugar a una situación enteramente nueva para la Iglesia

5. CAUSAS DE LAS PERSECUC1ONES
Si se tiene en cuenta la proverbial tolerancia del lmperio Romano para con todas las religiones, incluido el monoteísmo judío, a cuya sombra creció el cristianismo durante tres décadas, no resulta fácil entender por qué se inició y se mantuvo durante 249 años la intolerancia y la persecución contra los cristianos. Por una parte, son muy escasas las fuentes provenientes de las autoridades imperiales porque faltan casi por completo los textos de los edictos de persecución, los rescriptos de Adriano y de Trajano son casos excepcionales, consecuencia de consultas elevadas al emperador por dos gobernadores de las provincias orientales. Y, por otra parte, las noticias abundantes provenientes del campo cristiano. Tampoco son absolutamente imparciales por cuanto que son una autodefensa y una acusación de injusticia contra el Imperio.
El Imperio Romano era un Estado que sobresalía por su fundamentación jurídica; y por consiguiente no se le deben atribuir crueldades basadas en el quebrantamiento de las leyes; y tanto más, si se tiene en cuenta que las persecuciones más violentas fueron decretadas por emperadores de los siglos II y III que fueron óptimas personas y buenos gobernantes. Todo esto indica que el Imperio debió de tener sus propias y buenas razones para comportarse así con los cristianos.
En el fondo mismo de esta cuestión tuvo que estar presente el peligro que para su propia estabilidad y subsistencia veía el Imperio en los cristianos, a esta motivación aluden los cristianos de Lyon y de Vienne, al comunicar a otras comunidades cristianas la persecución que estaban sufriendo a finales del siglo II.
Por supuesto que los cristianos se consideraban y eran buenos ciudadanos que cumplían con sus deberes; es más, oraban sinceramente por el bienestar del imperio y de sus autoridades tal como se lo recomendaban San Pablo (Rom 13,1; 2 Tim 2,1) y San Pedro (I Pc 2,13-16). Clemente Romano unos años más tarde compone una preciosa oración por los emperadores. Todo esto es cierto, pero la oposición frontal entre el Imperio y el cristianismo no radicaba en el campo de los hechos concretos, sino en el de los principios. El Imperio estaba cimentado en una religión colectiva y nacional que unía el reconocimiento de la religión oficial a la legalidad ciudadana. “La religiosidad de la antigüedad pagana percibía de un modo admirable la necesidad vital que la polis tenía de la vida religiosa. Su miseria consistía en absorber la religión en la civilización, confundiendo la polis y la religión, y divinizando la polis o, lo que es lo mismo, nacionalizando los dioses que se convertían en los primeros ciudadanos del Estado”. En cambio, los cristianos partían de la idea de una religión personal que solo tributa culto al Dios que se ha apoderado de su conciencia; idea que el cristianismo heredó del profetismo judío.
Esta es la causa fundamental por la que el Imperio Romano se enfrentó al cristianismo: la falta de libertad religiosa o la confesionalidad del Estado; por eso, hasta que el Imperio no renunciase a esta confesionalidad, la confrontación con los cristianos perduraría; pero, cuando en el año 313 Constantino proclamó que todos los ciudadanos del imperio, “incluidos los cristianos”, podían y debían adorar al dios que se hubiese apoderado de su conciencia, el Imperio Romano, cimentado en el culto oficial pagano se autodestruyó porque renegó de si mismo.
Existen algunos hechos que se suelen considerar como causas de las persecuciones, tales como la hostilidad de los judíos, que no podían ver con buenos ojos que el cristianismo se expandiera a su sombra, como se evidenció en el caso del martirio de San Policarpo de Esmirna; la animosidad de las masas, que incitaron a la persecución en busca de un chivo expiatorio por la presencia de una peste, de una hambruna o de una guerra, no debe ser considerada propiamente como causa, sino más bien como ocasiones o pretextos para acabar con una gente a la que se odiaba o se rechazaba, como se evidenció, según Tácito 6, en el caso de la persecución de Nerón.
6. FUNDAMENTO JURIDICO DE LAS PERSECUCIONES DEL IMPERIO ROMANO
a) Leyes especiales contra los cristianos
Cuando el Imperio Romano distinguió la religión cristiana respecto del judaísmo y se percató de su peligrosidad, promulgó leyes especialmente dirigidas contra los cristianos. Fue Nerón el primer emperador que abrió un camino ensangrentado que los cristianos tuvieron que recorrer durante 249 años; y él habría sido el primer emperador que dictó una ley que en términos generales, establecía la ilicitud del cristianismo Christianos esse non licet, “no es lícito que existan los cristiano” Tertuliano afirma la existencia de un instituturn neronianum , es decir, una norma establecida por Nerón contra los cristianos pero esa expresión no es necesario entenderla en el sentido de que Nerón hubiese promulgado una ley especial contra los cristianos, sino que puede entenderse como “lo que Nerón comenzó contra los cristianos”, es decir, el hecho mismo de la persecución o, en todo caso, la condena moral de los cristianos. El propio Tertuliano reprocha al Estado romano el proceder contra los cristianos sin una base jurídica precisa. A esa condena moral de Nerón habrían acudido los emperadores posteriores.
El inst itutum neronianum no fue una ley propiamente dicha, porque de lo contrario, parece imposible que no la conociera un hombre tan culto y formado en el derecho como Plinio el Joven, quien hacia el año 111-112 es enviado por Trajano a Bitinia como gobernador, algunos ciudadanos fueron acusados ante él de ser cristianos, el nuevo gobernador no sabia qué actitud tomar frente a ellos; y entonces escribió a Trajano o preguntó si todos los cristianos debían ser tratados por igual, ya fuesen niños, adultos, ancianos, o incluso quienes decían que habían sido cristianos, pero que habían dejado de serlo desde hacia veinte años; y al final planteaba la pregunta fundamental: “¿Hay que castigar sin más el nombre cristiano?”.
Trajano respondió a Plinio el Joven con un Rescripto imperial que no pretendía establecer una práctica jurídica nueva para todo el Imperio, sino para el caso concreto que se le había consultado No hay que buscar de oficio a los cristianos, las denuncias anónimas no hay que tenerlas en cuenta; quien sea oficialmente acusado, ha de tener un proceso normal; si el cristiano niega su condición de tal, aunque hasta entonces lo haya sido, no tiene que ser castigado, pero el que persevere en ser cristiano, ha de ser castigado.
Esta respuesta es un prodigio de incoherencia jurídica, porque, el cristianismo ¿es o no un delito? Si es delito es porque los cristianos no se han de buscar de oficio, y si no es un delito, ¿por qué han de ser castigados? Este rescripto, por lo menos en cierto modo, era favorable a los cristianos por cuanto que se exigía que tuvieran un proceso normal, y prohibía que los magistrados recibieran denuncias anónimas.
Unos años más tarde, el procónsul Getulio Serenio Graniano, al producirse en las provincias orientales algunas sublevaciones populares contra los cristianos, consultó el caso al emperador Adriano. La respuesta llegó ya en tiempos del procónsul Minucio Fundano, y era muy favorable para los cristianos los cuales habrían de tener un proceso legal, mediante acusaciones firmadas, no por sublevaciones populares; y sólo si se probaba que los denunciados habían quebrantado alguna ley, deberían ser castigados conforme a la gravedad del delito.
Este rescripto de Adriano alivió mucho la situación de los cristianos, porque solamente si se demostraba que ellos hablan quebrantado alguna ley vigente debían ser castigados; es decir, no se les castigaba por el solo nombre de cristianos como en el rescripto de Trajano; pero el rescripto de Adriano se echó pronto al olvido, y en cambio el rescripto de Trajano se aplicó a lo largo de todo el siglo II; el emperador Antonino Pío alude a él en rescriptos enviados por él a varias ciudades de Macedonia, Tesalia y Grecia. Solamente Decio (249-251) promulgó algunas leyes que pusieron una base jurídica propiamente dicha a los procedimientos contra los cristianos.
b) Poder coercitivo de los magistrados
Según Teodoro Mommsem, el fundamento jurídico de las persecuciones del Imperio Romano contra los cristianos radica en el hecho de que la actividad del Estado no se limita a defender las leyes, sino que se extiende también a la tutela del orden público; y para esta función están los magistrados, los cuales tienen una doble potestad: a) la jurisdicción ordinaria, y b) el derecho de represión. En virtud de esta segunda potestad los magistrados pueden decretar, a su arbitrio, todas las medidas que estimen oportunas, de modo que en manos de los magistrados estaría determinar el delito, establecer el procedimiento judicial, y decretar las penas. Según Mommsem, algunos cristianos eran condenados en procesos normales, pero la mayoría de los mártires habían sido condenados en virtud del poder coercitivo de los magistrados.
Esta teoría exp1ica muy bien la fluctuación real de las persecuciones durante los dos primeros siglos; pero, por las actas de los mártires, consta que los prefectos y gobernadores de provincias no procedan por propia iniciativa contra los cristianos, sino que invocaban leyes y decretos imperiales y además, el rescripto de Trajano prohibía a los gobernadores proceder por propia iniciativa, sino que debían esperar a que hubiese alguna denuncia ante los tribunales.

c) Leyes penales de Derecho común
Según esta teoría propuesta por Edmundo Le Blant, los cristianos podían ser acusados fácilmente de crímenes, contra los cuales existían ya penas determinas en el Derecho común, como la prohibición de reuniones en las que se practicaban inmoralidades, se cometían crímenes, y se ejercía la magia; los cristianos podían ser acusados también del crimen de lesa Majestad divina o humana
Pero, de hecho, los cristianos nunca fueron acusados de crímenes contra la humanidad ni contra la religión. Es cierto que, en ocasiones, se menciona el crimen de lesa Majestad, pero no en cuanto que se le imputara a algún cristiano, sino en cuanto que lo afirmaba el populacho. También es cierto que los magistrados mandaban a los cristianos jurar por el gobierno del emperador o sacrificar a los dioses, pero esto era simplemente un medio para cerciorarse de que el acusado era realmente cristiano, porque los miembros de otras religiones, a excepción de los judíos, no tenían ningún problema en practicar los actos del culto oficial del Imperio.

7 VEREDICT0 FAVORABLE PARA LOS CRISTIANOS
Sobre los cristianos recayeron imputaciones muy variadas, algunas de las cuáles tenían su fundamento en su estilo de vida que se caracterizaba por un cierto retraimiento de la sociedad circundante, y sobre todo porque practicaban su culto sin la presencia de curiosos. De hecho, sobre los cristianos pesaron las más graves calumnias y las más atroces sospechas, que fueron determinantes en las persecuciones. Por su parte, los cristianos tenían la más absoluta certeza de que eran inocentes, y se defendían con valentía ante las autoridades imperiales y ante el vulgo Los interrogatorios de los magistrados giraban en torno a estas cuestiones fundamentales: la identidad de los cristianos, los crímenes imputados a los cristianos, los errores religiosos y el comportamiento social.
Los apologistas cristianos escribieron libros bien documentados y apoyados en el derecho romano vigente, por los cuales se pueden conocer las acusaciones de los paganos y la defensa de los cristianos. Después de oídas las dos partes, el veredicto tendría que haber sido totalmente absolutorio para los cristianos por no haber cometido ninguno de los crímenes que les imputaban la plebe y las autoridades romanas. La condena que contra ellos dictó el Imperio Romano durante 249 años solamente se puede explicar por la mentalidad romana que lo miraba todo desde una consideración política. La valoración y, en su caso, la condena de los cristianos dependió siempre de consideraciones políticas, es decir, desde la tranquilidad, la seguridad y el prestigio del Imperio.
Es cierto que los romanos, como conquistadores de extensos territorios, y conscientes de la extraordinaria importancia que en todas las sociedades tenía la religión, no solo toleraron la religión de los pueblos conquistados, sino que incluso se consideraban obligados a dar culto a sus dioses. En el Panteón romano tuvieron cabida material los dioses de todos los pueblos sometidos al Imperio.
La única excepción a esta política religiosa fueron las persecuciones contra los cristianos, por considerarlos subversivos para el Estado. Pero, ya sea que los cristianos fueran condenados en virtud de una ley promulgada por Nerón, o en virtud del poder coercitivo de los magistrados, o por las leyes del derecho común, se trató siempre de un proceso de religión.
Los jueces dictaban su sentencia, pero los cristianos acusados la habían dictado de antemano, puesto que ellos mismos tenían en su mano la absolución o la condena, según que permanecieran fieles a su fe o apostataran de ella. Los cristianos eran condenados simplemente por su nombre, o por el mero nombre y no por crimen alguno que hubieran cometido; y esto explica el hecho de que los cristianos marchasen gozosos al martirio; y que las comunidades no lamentasen jamás estas muertes, sino que las celebrasen religiosamente.

Tomado de Álvarez Gómez, J. Historia de la Iglesia. Edad Antigua. Pp. 85-102.

Didaché

PRACTICA TERCERA
Lea detenidamente el documento, señale y comente los elementos de vigencia en la catequesis y la liturgia de hoy.
LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES: (DIDACHÉ)
Enseñanza del Señor transmitida a las naciones por los Doce Apóstoles

PRIMERA PARTE
El Catecismo o los «Dos caminos»
I. Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir, que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo. He aquí la doctrina contenida en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos, ayunad para los que os persiguen. Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud mereceréis? Lo mismo hacen los paganos. Al contrario, amad a los que os odian, y no tendréis ya enemigos. Absteneos de los deseos carnales y mundanos. Si alguien te abofeteare en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y entonces serás perfecto. Si alguien te pidiere que le acompañes una milla, ve con él dos. Si alguien quisiere tomar tu capa, déjale también la túnica. Si alguno se apropia de algo que te pertenezca, no se lo vuelvas a pedir, porque no puedes hacerlo. Debes dar a cualquiera que te pida, y no reclamar nada, puesto que el Padre quiere que los bienes recibidos de su propia gracia, sean distribuidos entre todos. Dichoso aquel que da conforme al mandamiento; el tal, será sin falta. Desdichado del que reciba. Si alguno recibe algo estando en la necesidad, no se hace acreedor a reproche ninguno; pero aquel que acepta alguna cosa sin necesitarlo, dará cuenta de lo que ha recibido y del uso que ha hecho de la limosna. Encarcelado, sufrirá interrogatorio por sus actos, y no será liberado hasta que haya pagado el último maravedí. Es con este motivo, que ha sido dicho: «¡Antes de dar limosna, déjala sudar en las manos, hasta que sepas a quien la das!»
II. He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir. No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas. No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia. No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, guiales con más solicitud que a tu propia alma.
III. Hijo mío: aléjate del mal y de toda apariencia de mal. No te dejes arrastrar por la ira, porque la ira conduce al asesinato. Ni tengas celos, ni seas pendenciero, ni irascible; porque todas estas pasiones engendran los homicidios. Hijo mío, no te dejes inducir por la concupicencia, porque lleva a la fornicación. Evita las palabras deshonestas y las miradas provocativas, puesto que de ambos proceden los adulterios. Hijo mío, no consultes a los agoreros, puesto que conducen a la idolatría. Hijo mío, no seas mentiroso, porque la mentira lleva al robo; ni seas avaro, ni ames la vanagloria, porque todas estas pasiones incitan al robo. Hijo mío, no murmures, porque la murmuración lleva a la blasfemia; ni seas altanero ni malévolo, porque de ambos pecados nacen las blasfemias. Sé humilde, porque los humildes heredarán la tierra. Sé magnánimo y misericordioso, sin malicia, pacífico y bueno, poniendo en práctica las enseñanzas que has recibido. No te enorgullezcas, ni dejes que la presunción se apodere de tu alma. No te acompañes con los orgullosos, sinó con los justos y los humildes. Acepta con gratitud las pruebas que sobrevinieren, recordando que nada nos sucede sin la voluntad de Dios.
IV. Hijo mío, acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la palabra de Dios; hónrale como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra, allí está el Señor. Busca constantemente la compañía de los santos, para que seas reconfortado con sus consejos. Evita fomentar las disenciones, y procura la paz entre los adversarios. Juzga con justicia, y cuando reprendas a tus hermanos a causa de sus faltas, no hagas diferencias entre personas. No tengas respecto de si Dios cumplirá o no sus promesas. Ni tiendas la mano para recibir, ni la tengas cerrada cuando se trate de dar. Si posees algunos bienes como fruto de tu trabajo, no pagarás el rescate de tus pecados.No estés indeciso cuando se trate de dar, ni regañes al dar algo, porque conoces al dispensador de la recompensa. No vuelvas la espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te pertenece, poque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor razón deberá serlo lo perecedero? No dejes de la mano la educación de tu hijo o de tu hija: desde su infancia enséñales el temor de Dios. A tu esclavo, ni a tu criada mandes con aspereza, puesto que confían en el mismo Dios, para que no pierdan el temor del Señor, que está por encima del amo y del esclavo, porque en su llamamiento no hace diferencia en las personas, sinó viene sobre aquellos que el Espíritu ha preparado. En cuanto a vosotros, esclavos, someteos a vuestros amos con temor y humildad, como si fueran la imagen de Dios. Aborrecerás toda clase de hipocresía y todo lo que desagrade al Señor. No descuides los preceptos del Señor, y guarda cuanto has recibido, sin añadir ni quitar. Confesarás tus faltas a la iglesia y te guardarás de ir a la oración con mala conciencia. Tal es el camino de la vida.
V. He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la fanfarronería. Esta es la senda en la que andan los que persiguen a los buenos; los enemigos de la verdad, los amadores de la mentira, los que desconocen la recompensa de la justicia; los que no se apegan al bien, ni al justo juicio; los que se desvelan por hacer el mal y no el bien; los vanidosos, aquellos que están muy alejados de la suavidad y de la paciencia; que buscan retribución a sus actos, que no tienen piedad del pobre, ni compasión del que está trabajando y cargado, quie ni siquiera tienen conocimiento de su Creador. Los asesinos de niños, los corruptores de la obra de Dios, que desvían al pobre, oprimen al afligido; que son los defensores del rico y los jueces inicuos del pobre; en una palabra, son hombres capaces de toda maldad. Hijos míos, alejaos de los tales.
VI. Ten cuidado que nadie pueda alejarte del camino de la doctrina, porque tales enseñanzas no serían agradables a Dios. Si pudieses llevar todo el yugo del Señor, serás perfecto; sinó has lo que pudieres. Debes abstenerte, sobre todo, de carnes sacrificadas a los ídolos, que es el culto ofrecido a dioses muertos.
SEGUNDA PARTE
De la Liturgia y de la Disciplina
VII. En cuanto al bautismo, he aquí como hay que administrarle: Después de haber enseñado los anteriores preceptos, bautizad en el agua viva, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si no pudiere ser en el agua viva, puedes utilizar otra; si no pudieres hacerlo con agua fría, puedes servirte de agua caliente; si no tuvieres a mano ni una ni otra, echa tres veces agua sobre la cabeza, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo, debe procurarse que el que lo administra, el que va a ser bautizado, y otras personas, si pudiere ser, ayunen. Al neófito, le harás ayunar uno o dos días antes.
VIII. Es preciso que vuestros ayunos no sean parecidos a los de los hipócritas, puesto que ellos ayunan el segundo y quinto día de cada semana. En cambio vosotros ayunaréis el día cuatro y la víspera del sábado. No hagáis tampoco oración como los hipócritas, sino como el Señor lo ha mandado en su Evangelio. Vosotros oraréis así:
«Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sino líbranos del mal, porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.». Orad así tres veces al día.
IX. En lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar la copa, decid:
«Te damos gracias, Oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos.»
Y después del partimiento del pan, decid:
«!Padre nuestro! Te damos gracias por la vida y por el conocimiento que nos has revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos! De la misma manera que este pan que partimos, estaba esparcido por las altas colinas, y ha sido juntado, te suplicamos, que de todas las extremidades de la tierra, reúnas a tu Iglesia en tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder (que ejerces) por Jesucristo, en los siglos de los siglos.»
Que nadie coma ni beba de esta eucaristía, sin haber sido antes bautizado en el nombre del Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular: «No déis lo santo a los perros.»
X. Cuando estéis saciados (de la ágapa), dad gracias de la manera siguiente:
«¡Padre santo! Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu nombre has creado todo cuanto existe, y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te den gracias por ello. A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida espirituales y de la vida eterna. Ante todo, te damos gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para el reino que le has preparado; porque a Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!»
¡Ya que este mundo pasa, te pedimos que tu gracia venga sobre nosotros! ¡Hosanna al hijo de David! El que sea santificado, que se acerque, sinó que haga penitencia. Maran atha ¡Amén! Permitid que los profetas den las gracias libremente.
XI. Si alguien viniese de fuera para enseñaros todo esto, recibidle. Pero si resultare ser un doctor extraviado, que os dé otras enseñanzas para destruir vuestra fe, no le oigáis. Si por el contrario, se propusiese haceros regresar en la senda de la justicia y del conocimiento del Señor, recibidle como recibiríais al Señor. Ved ahí como según los preceptos del Evangelio debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor alos apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis; porque todo pecado será perdonado, menos éste. Todos los que hablan por el espíritu; no son profetas, solo lo son, los que siguen el ejemplo del Señor. Por su conducta, podéis distinguir al verdadero y al falso profeta. El profeta, que hablando por el espíritu, ordenare la mesa y comiere de ella, es un falso profeta. El profeta que enseñare la verdad, pero no hiciere lo que enseña, es un falso profeta. El profeta que fuere probado ser verdadero, y ejercita su cuerpo para el misterio terrestre de la Iglesia, y que no obligare a otros a practicar su ascetismo, no le juzguéis, porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas. Si alguien, hablando por el espíritu, os pidiere dinero u otra cosa, no le hagáis caso; pero si aconseja se dé a los pobres, no le juzguéis.
XII. A todo el que fuere a vosotros en nombre del Señor, recibidle, y probadle después para conocerle, puesto que debéis tener suficiente criterio para conocer a los que son de la derecha y los que pertenecen a la izquierda. Si el que viniere a vosotros, fuere un pobre viajero, socorredle cuanto podáis; pero no debe quedarse en vuestra casa más de dos o tres días. Si quisiere permanecer entre vosotros como artista, que trabaje para comer; si no tuviese oficio ninguno, procurad según vuestra prudencia a que no quede entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quisiere hacer esto, es un negociante del cristianismo, del cual os alejaréis.
XIII. El verdadero profeta, que quisiere fijar su residencia entre vosotros, es digno del sustento; porque un doctor verdadero, es también un artista, y por tanto digno de su alimento. Tomarás tus primicias de la era y el lagar, de los bueyes y de las cabras y se las darás a los profetas, porque ellos son vuestros grandes sacerdotes. Al preparar una hornada de pan, toma las primicias, y dalas según el precepto. Lo mismo harás al empezar una vasija de vino o de aceite, cuyas primicias destinarás a los profetas. En lo concerniente a tu dinero, tus bienes y tus vestidos, señala tú mismo las primucias y haz según el precepto.
XIV. Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados. El que de entre vosotros estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta que se haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos paganos, mi nombre es admirable.»
XV. Para el cargo de obispos y diáconos del Señor, eligiréis a hombres humildes, desinteresados, veraces y probados, porque también hacen el oficio de profetas y doctores. No les menospreciéis, puesto que son vuestros dignatarios, juntamente con vuestros profetas y doctores. Amonestaos unos a otros, según los preceptos del Evangelio, en paz y no con ira. Que nadie hable al que pecare contra su prójimo, y no se le tenga ninguna consideración entre vosotros, hasta que se arrepienta. Haced vuestras oraciones, vuestras limosnas y todo cuanto hiciéreis, según los preceptos dados en el Evangelio de nuestro Señor.
XVI. Velad por vuestra vida; procurando que estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, y estad dispuestos, porque no sabéis la hora en que vendrá el Señor. Reuníos a menudo para buscar lo que convenga a vuestras almas, porque de nada os servirá el tiempo que habéis profesado la fe, si no fuéreis hallados perfectos el último día. Porque en los últimos tiempos abundarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se transformarán en lobos, y el amor se cambiará en odio. Habiendo aumentado la iniquidad, crecerá el odio de unos contra otros, se perseguirán mutuamente y se entregarán unos a otros. Entonces es cuando el Seductor del mundo hará su aparición y titulándose el Hijo de Dios, hará señales y prodigios; la tierra le será entregada y cometerá tales maldades como no han sido vistas desde el principio. Los humanos serán sometidos a la prueba del fuego; muchos perecerán escandalizados; pero los que perseverarán en la fe, serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta, y en tercer lugar la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos» ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo! Fuente: Historia de la Iglesia Primitiva, por E. Backhouse y C. Tylor. Editorial

Trabajo sobre San Pablo

LA OBRA DEL APÓSTOL PABLO en el crecimiento de la iglesia primitiva

Destacar los elementos comunes de la misión paulina en las diferentes comunidades. El modelo de organización de sus comunidades. Comente la inserción del Evangelio en las diferentes culturas

Era necesario un terremoto para que el judeo-cristianismo reconociese que era importante anunciar al mundo pagano la salvación obrada por Jesucristo: tan fuerte era aún la conciencia de la elección de los israelitas. La primera aceptación de un pagano en la comunidad de los creyentes, el bautismo del eunuco etíope, administrado por Felipe (Hch. 8, 26-39) no parece haber causado una toma de posición por parte de la comunidad primitiva. Sin embargo, fue fortísimo el eco producido por el bautismo del centurión Cornelio y su familia, en Cesarea (Hch. 10, 1-11). Pedro, que había decidido dar el paso, tuvo que dar cuentas ante la comunidad, y sólo el reclamo a la orden recibida de Dios hizo que los judeo-cristianos aceptaran lo que había sucedido. Sin embargo, esto no hizo que se siguiera inmediatamente una mayor actividad misionera entre los gentiles.
El impulso decisivo en esta dirección vino de un grupo de judeo-cristianos helenistas originarios de Chipre y de la Cirenaica, que abandonaron Jerusalén tras la muerte de Esteban, dirigiéndose a Antioquía, donde convirtieron a un gran número (Hch. 11, 19 ss.). Esta importante nueva comunidad puso alerta a la Iglesia de Jerusalén, que mandó a Bernabé a comprobar la situación. Bernabé, procedente de la diáspora judía de Chipre, estaba libre de prejuicios para poder evaluar: aprobó la acogida de los griegos en la iglesia, y se formó una idea que tendría consecuencias históricas para el mundo: que en este lugar debería predicar Saulo-Pablo de Tarso, que tras su conversión a Cristo se había retirado a su patria. La comunidad antioqueña se consolidó; sus miembros recibieron, por primera vez, el nombre de "cristianos" (Hch. 11, 22-26).
1.- El camino religioso del apóstol Pablo.
Pablo era originario de la diáspora judía, natural de Tarso de Cilicia, ciudadano romano. Para su apostolado será importantísimo el hecho de que durante su juventud hubiera conocido el mundo helenístico y el griego de la koiné. Su familia era judía observante, con un rigorismo propio de los fariseos, a los que pertenecía. Pablo vino a Jerusalén, para formarse como doctor de la Ley en la escuela de Gamaliel. Participó ardientemente en la persecución de los seguidores de Cristo en Jerusalén, participando en la lapidación de Esteban.
El convertirse de perseguidor en ardiente seguidor de Cristo se debió, según los Hch., a una aparición de Jesús en el camino de Damasco. Tras el bautismo y una breve estancia en la Arabia nabatea, Pablo comenzó a anunciar en las sinagogas de Damasco y más tarde en Jerusalén el mensaje de su vida: "Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios" (Hch. 9, 20.22.26-29). En ambos sitios encontró gran oposición, que hizo temer por su vida; se retiró a Tarso, donde reflexionó sobre la predicación que se sentía llamado a realizar. Tras algunos años de silencio, volvió a Antioquía, comprendiendo que su acción debía dirigirse a los paganos, los cuales, como los judíos, podían encontrar su salvación sólo en Jesucristo.
2.- La misión paulina.
Pablo vio ante sí, como campo de misión, el Imperio Romano, con hombres unificados por una misma cultura y una misma lengua (Koiné). Aún guiado por el Espíritu Santo, hay que admitir un plan de misión pensado y seguido por él. Sus viajes misioneros vienen preparados en una misión-base: Antioquía, para el período anterior al Concilio de los Apóstoles, donde fue sostenido por aquella comunidad, llevando como compañeros y colaboradores a Bernabé y Juan Marcos.
El método misionero paulino partía de las sinagogas de la ciudad que se tratase, donde se encontraban los judíos de la diáspora, los prosélitos y los temerosos de Dios. La patrulla misionera fue primero a Chipre, misionando en Salamina; después pasó al Asia Menor (Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe de Licaonia y Perge de Panfilia). Pablo suscitaba irremediablemente la discusión, encontrando acogida o rechazo; la mayoría de los judíos de la diáspora rechazó el nuevo mensaje, mientras que la mayoría de las conversiones venía de parte de los prosélitos y de los temerosos de Dios. En la mayoría de las ciudades donde misionaron, surgieron comunidades cristianas, para las que se nombraron jefes. Este era el plan de Pablo: una vez fundadas comunidades en ciudades de cierta importancia, deberían ser ellas las que continuaran en el lugar la tarea de evangelización.
Pablo, conforme a su profunda intuición teológica sobre la liberación del vínculo de la Ley, traída por Cristo como Hijo de Dios, no había impuesto a las comunidades del Asia Menor, provenientes del paganismo, ni la circuncisión ni la observancia de otras prescripciones rituales judías. Esto trajo el rechazo de una corriente judeocristiana: los judaizantes, que pretendían que la circuncisión fuera una condición esencial para la salvación. La gran envergadura que alcanzó el problema, motivó el "Concilio de los Apóstoles", aunque siempre tendrá que luchar por esta convicción, y los judaizantes tratarán de marginarlo y de arrebatarle el consenso de las comunidades por él fundadas.
La segunda fase del trabajo de Pablo se desarrolla en las provincias de Macedonia, Acaya y Asia Proconsular, en el corazón mismo del helenismo. En vez de Bernabé, ahora le acompañará Silas, y más tarde Timoteo. En Filipos encontraron muy pronto adhesiones, formando un primer núcleo de la que será una comunidad floreciente. Predica en las sinagogas de Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto; en esta última ciudad, Pablo se detiene un año y medio, convirtiéndose en centro misionero. Serían los años 51-52 o 52-53. De allí pasó a Éfeso, y de Éfeso a Palestina.
En el verano del año 54 Pablo se traslada a Éfeso, donde morará durante dos años; será su nuevo centro de misión. La comunidad efesia se separó rápidamente de la sinagoga. Pablo tuvo graves problemas con los vendedores de imágenes de Diana. En Éfeso escribió las cartas a los Gálatas y 1 Corintios. En el otoño del 57 Pablo marchó a Macedonia y Grecia, después a Tróade y Corintio (donde escribió la carta a los Romanos, anunciando su intención de visitarlos, después de ir a España). Marcha por tierra a Macedonia, pasa por Tróade, Mileto, y llega a Jerusalén. Allí le espera un giro crucial para su misión: en el Templo es reconocido por algunos judíos de la diáspora, que intentan asesinarlo; la guardia romana lo salva, y es trasladado a Cesarea, y de allí a Roma, ya que se había apelado al Cesar: allí, continúa su labor misionera.
Los Hechos callan sobre la suerte posterior de Pablo. Muchas razones hacen pensar que su proceso acabó con la absolución, y que pudo realizar su proyecto de viaje a España (como sugiere la 1 Clem., 5,7), e incluso que volviera al oriente helenístico. Una segunda prisión romana le llevó al martirio, bajo Nerón.
3.- La organización de las comunidades paulinas.
Las fuentes de que se dispone hacen imposible al historiador abrazar toda la realidad de la organización de las comunidades paulinas. No hay ningún escrito de estas comunidades que hable de este tema. Los Hechos no tratan el tema. Las cartas de san Pablo ofrecen sólo algunos datos esporádicos.
La organización es sui generis, no comparable a los estatutos de una corporación pagana; el orden se basa sobre el fundamento sobrenatural sobre el que la Iglesia sabe que ha sido fundada, o sea, su Señor, que es quien dirige su Iglesia a través de su Espíritu. Es el Espíritu quien hace crecer la joven Iglesia, dirige a Pablo en su camino misionero, da éxito a su actividad, crea el orden de la vida comunitaria, se sirve, como de instrumentos, de algunos miembros de la comunidad que asumen deberes especiales que sirven a este orden y organización.
En este orden, su fundador, Pablo, ocupa un puesto único, que tiene su última motivación en su inmediata llamada a ser apóstol de las Gentes. El es consciente de tener autoridad y plenos poderes para ello, tomando decisiones que vinculan a su comunidad; Pablo es para sus comunidades la máxima autoridad como maestro, como juez y legislador: es el vértice de un orden jerárquico.
En este orden jerárquico aparecen hombres dedicados a la asistencia de los pobres o a dirigir el culto; a sus disposiciones deben someterse los otros miembros de la comunidad (1Cor. 6,15 s.) Los que tienen estos cargos son llamados "ancianos, presbíteros", "episcopoi" (=que deben regir la Iglesia de Dios como pastores con su rebaño, Hch. 20, 17.28). En Filipenses se nombra también a los diáconos.
Junto a los miembros de la jerarquía, se encuentran en las com. paulinas los carismáticos, cuya función es substancialmente diversa: sus dones, especialmente la profecía y la glosolalia, son dados directamente por el Espíritu a cada persona. Los carismáticos intervienen en las reuniones cultuales con sus discursos proféticos y sus acciones de gracias llenas de fervor, infunden entusiasmo a los seguidores de la nueva fe. Esto trae algunos problemas: algunos llegan a sobrevalorar su propia fe, y Pablo tiene que intervenir (1 Cor.14).
Las comunidades paulinas no se consideran independientes las unas de las otras; un cierto nexo se había construido ya con la persona de su fundador. Este les había inculcado el fuerte ligamen que les unía con la comunidad de Jerusalén. Pablo era consciente de que todos los bautizados de todas las iglesias constituyen el "único Israel de Dios" (Gal. 6, 16), que son miembros de un único cuerpo (1Cor. 12,27), la iglesia formada por judíos y gentiles (Ef. 2, 13.17).
4.- La vida religiosa en las comunidades paulinas.
La vida religiosa en las comunidades paulinas tiene su centro en la fe en el Señor glorificado, que confiere tanto a su culto como a su vida religiosa cotidiana la impronta decisiva. Esto correspondía a la predicación de Pablo, en cuyo centró está y debe estar Cristo. La predicación relativa a Cristo debe ser aceptada con real fe, de lo que depende la salvación. Esta fe en el Kyrios, incluye el convencimiento de que en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad.
A la comunión de los creyentes en el Señor se es acogido mediante el bautismo, que hace eficaz la muerte expiatoria que Jesús tomó sobre sí por nuestros pecados (1Cor. 15,3). Con el bautismo se renace a una nueva vida: esta convicción hace que el bautismo tenga un puesto esencial en el culto del cristianismo paulino.
Los fieles se reunían en "el primer día de la semana" (Hch. 20,7): se abandona el sábado, se reúnen en sus casas privadas, se produce una separación cultual con el judaísmo. Se cantan himnos de alabanza y salmos, con los que se expresa la alabanza al Padre en el nombre del Señor Jesucristo (Ef. 5, 18).
Núcleo central del culto es la celebración eucarística, la cena del Señor. Particulares sobre su celebración no se encuentran en san Pablo: se une a una comida que debe reforzar la íntima cohesión de los fieles, pero en que infelizmente, en algunas ocasiones, se ostentaba la diferencia social entre los miembros de la comunidad. La fractio panis se presenta como la real participación del cuerpo y la sangre del Señor, sacrificio incomparablemente mayor que los del Antiguo Testamento; es prenda de la comunión definitiva con él, que se realizará en la segunda venida, que es ardientemente deseada como muestra la exclamación de la comunidad en el banquete eucarístico: Maranà-tha.
La asamblea comunitaria era también la sede en que se predicaba la salvación: los contenidos de esta predicación era una instrucción sobre lo que los apóstoles habían enseñado sobre el Crucificado y Resucitado, el deber de los fieles de alabar al Padre, y perseverar en la espera de la vuelta del Señor, ayudándose mutuamente con la caridad fraterna.
El contacto con el mundo pagano, exigía que las comunidades nacientes ejercitaran una ascesis y autodisciplina mayores aún que las del judaísmo de la diáspora. Que hubiera faltas dentro de las comunidades, lo revela el hecho de las continuas amonestaciones de Pablo en sus cartas.
A la muerte del apóstol, en el mundo helenístico había una red de células cristianas cuya vitalidad aseguró la ulterior propagación de la fe cristiana.